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Echoes of the desert
Arrival at Dusty Creek

Arrival at Dusty Creek

El calor del mediodía se sentía como una manta pesada sobre el desierto, el polvo suspendido en el aire formaba una cálida neblina alrededor del sol. Un jinete solitario cabalgaba lentamente hacia el pueblo, su larga sombra se proyectaba sobre la tierra seca. Sam Whitaker no había visto a otro ser humano en días. Su cabello oscuro y ralo caía sobre su rostro quemado por el sol, y sus ojos grises miraban con una mezcla de cansancio y alerta hacia el horizonte polvoriento.

Cuando por fin llegó al desgastado letrero de madera que decía “Dusty Creek”, sintió una punzada de alivio, aunque mezclada con la resignación de saber que ese pueblo no sería diferente de los demás. Allí no encontraría paz, y tal vez tampoco un hogar, pero algo en él lo impulsaba a continuar. Al menos, pensó, podría comprar provisiones y dejar que Apache, su caballo, descansara.

Las casas de madera, algunas de ellas inclinadas por el peso del paso del tiempo, formaban una hilera silenciosa en la calle principal. Solo unas pocas personas rondaban por el lugar. Observaban a Sam con la típica desconfianza hacia los forasteros que reinaba en estos pueblos aislados. Aun así, él avanzaba con calma, tratando de ignorar las miradas. De fondo, se oía el sonido de un martillo mientras alguien reparaba una valla. El polvo y el sudor impregnaban el aire.

Frente al salón, Sam desmontó y ató a Apache al poste de madera. Antes de entrar, sintió la necesidad de ajustarse el sombrero y asegurarse de que el revólver estuviera colgado en su cinturón, un gesto instintivo que lo hizo sentir más seguro en un territorio que no era el suyo.

La habitación estaba oscura y casi vacía. Un par de hombres murmuraban en el fondo y el camarero, un hombre delgado con barba gris,

La habitación estaba oscura y casi vacía. Un par de hombres murmuraban en el fondo y el camarero, un hombre flaco con barba gris, limpiaba un vaso con expresión cansada y aburrida. Sam se acercó a la barra y tomó asiento, observando cómo el camarero lo observaba con el rabillo del ojo.

—¿Qué será? —preguntó el hombre con voz áspera.

—Whisky, si tienes —respondió Sam, sin mucho entusiasmo.

El camarero asintió y sirvió un trago sin decir una palabra más. Sam tomó el vaso, el líquido le quemó la garganta al pasar, aunque la sensación era una a la que ya estaba acostumbrado. Cerró los ojos por un momento, saboreando el ardor y tratando de ignorar las voces de los recuerdos que siempre lo atormentaban en los momentos de silencio.

Estaba tomando su segundo trago cuando alguien se acercó a la barra. Sam no levantó la vista de inmediato, pero podía sentir la presencia fuerte y enérgica a su lado, como si alguien hubiera encendido una llama a pocos centímetros de él.

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—No eres de por aquí, ¿verdad? —dijo una voz profunda y segura.

Sam levantó la vista y se encontró con un hombre alto, de unos treinta y cinco años, de piel bronceada por el sol y ojos oscuros y vigilantes. Llevaba una placa de sheriff en el pecho y una sombra de barba que parecía permanente. Algo en la postura del hombre irradiaba autoridad, aunque sin arrogancia.

-No. Just passing through," Sam replied, his tone neutral.

The sheriff nodded, crossing his arms over the bar and not looking away.

-Name? -he asked.

-Sam Whitaker," he said, knowing there was no point in lying.

-Welcome to Dusty Creek, Sam Whitaker. I'm Caleb Hunt, the sheriff. This is a quiet town...most of the time," he said, watching him with a mixture of curiosity and warning.

Sam smiled thinly, a brief, tired gesture.

-I'm not one to look for trouble, sheriff.

Caleb tilted his head slightly, as if weighing his words. There was something about him that Sam couldn't quite define; a calm intensity, a firmness that didn't need to be imposed with words. The tension between them was palpable, though neither seemed willing to break it.

-Anyway, I hope you find some of what you're looking for here," Caleb finally said, in a tone that almost sounded like an invitation.

Before Sam could respond, the door to the living room burst open. A burly, gruff-faced man stumbled in, evidently drunk. His eyes fixed on Sam and Caleb, and a crooked grin appeared on his face.

-Look no more! The sheriff and his new little friend," said the man, his tone mocking.

Caleb straightened his posture, his eyes boring into the intruder with a coldness that seemed to cut through the air.

-"Billy, you'd better go home before you get in trouble," Caleb said, without raising his voice.

Billy laughed with a grunt and approached, staggering a little.

-Trouble? I don't know who the hell you think you are, Caleb, but no one here is afraid of you," he mumbled, coming closer than was prudent.

Sam watched silently, his hand instinctively resting near the revolver. Caleb kept his cool, though his hand also moved closer to the belt, ready to act if necessary.

Before the situation could escalate, however,  Sam stepped in.

-Listen, friend. I think it’s better that you go where you came from. We don’t want trouble, right? - he said with a firm voice, but without provocation.

Billy looked at him head to toe, with a hostile glow in his eyes. But after a few seconds, he snorted and stepped back, giving one last defiant look before leaving the room staggeringly.

Silence settled down again. Caleb and Sam exchanged a look, and though they said nothing, it seemed that both had come to an unspoken understanding.

—Appreciate your intervention, Sam, Caleb said after a moment. Though I suggest you be careful with guys like Billy. Here, people can be... unpredictable.

-It won’t be the first time I deal with unpredictable people, sheriff, Sam replied, with an ironic smile.

Caleb looked at him again, then waved a slight goodbye gesture and left the room, leaving Sam with the feeling that he had found something different in that remote place. He didn’t know if it would be peace, friendship or just a reminder of what he had left behind, but somehow Caleb’s presence resonated with him in a way that he couldn’t ignore.

Cuando terminó su bebida, Sam se dio cuenta de que tal vez, sólo tal vez, era hora de parar, aunque fuera solo por un rato.

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