¿Sabes lo que es la soledad? ¿Alguna vez la has experimentado? Seguro que te viene a la mente un montón de recuerdos. Por ejemplo, podría pensar en estar sola y abandonada, encerrada en un cuarto oscuro, húmedo y frío. O, quizás, caminando por las calles, aislada de la gente en una noche fresca, mientras todo el mundo ríe y está de fiesta. O mejor, en la escuela, rodeada de adolescentes que no quieren hablarme ni ser mis amigos. O en casa, donde mis padres no me entienden y solo se preocupan por el trabajo. Cada vez que llego me ordenan hacer mis deberes. Pero nunca se sientan conmigo a tener una conversación cálida en familia. Una mejor amiga no existe, o quizás sí, la almohada. Nadie me mira, nadie quiere saber de mí, a nadie le importo. ¡Tengo ganas de ahorcarme! Eso suena demasiado cruel y dramático ¿no creen? Más o menos así es como la gente define la soledad. Pero yo no les hablo de ese dramatismo de películas, yo me refiero al aislamiento de verdad, que tiene que experimentar una mujer que vive sin compañía alguna, como yo.
Mi nombre es Cherry Parker. Sí, ya lo sé, es un nombre muy chulo y significa "cereza" en inglés. Mis padres me nombraron así, porque cuando mi madre estaba embarazada solo se le ocurría comer cerezas. ¡Menudo antojo, mami! En este país caribeño donde no abunda ese tipo de frutos, a ella justo se le antojó cerezas. Pobre de mi padre, tuvo que conseguirlas hasta debajo de la tierra con lo caras que son. Gastó mucho dinero. A veces me culpaba a mí diciendo que quien tenía esos deseos era yo. Pero ¿qué va a saber un bebé inocente desde la panza de su mamá? Bueno, como sea, ese es el nombre que tengo. Vivo en Cuba, una isla muy grande en el Caribe y aunque eso suene genial, si viéramos en un mapa de Google Earth y ampliáramos la imagen en la zona donde resido, ya no sonaría tan genial. Mi pequeño pueblo se llama Lechuga y queda literalmente en medio de la nada. Si te paras en el jardín de mi casa y ves al frente, solo aparece llanura y si miras a los lados, el paisaje es idéntico. Pero, aunque suene raro, tengo vecinos. Son unas pocas viviendas alrededor. Cinco en total. Más atrás hay otros dos o tres hogares. Como quiera que lo veas, es un pueblo muy pequeño. Y a eso puedes sumarle que vivo sin ninguna compañía a mis 23 años. Sí, en pleno inicio de mi "madurez".
Mis padres no radican en Cuba, están en New York desde hace dos años. Se fueron a una tierra donde hay "cherry". No me hagan caso, es el humor negro que se le pega a una cuando está sola. Yo no quise irme porque quería terminar la universidad. Quedamos en que lo haría después de graduarme, pero aún los trámites no están listos. Eso es algo complicado, en lo cual hay que tener mucha paciencia. Mientras tanto, yo sigo aquí. Mi vida no es lúgubre ni triste, como se imaginaron al principio. Soy profesora de español en una preparatoria y a mi corta edad, tengo que arreglármelas para sobrevivir en este mundo tan difícil. Cuando les pregunté si sabían lo que era la soledad, me refería a lo que es mi día a día. Levantarme a las cinco de la mañana con ganas de romper el despertador. Hacer todo con los ojos casi cerrados, sentarme a la mesa a desayunar lentamente, disfrutando cada sorbo de leche y cada mordisco de pan. Antes era mi madre quien me preparaba el pan tostado, ¡cómo extraño la forma perfecta en que ella suele hacerlo! A mí no me queda igual, aunque ya me he ido perfeccionando. Al ver que el tiempo vuela y se hace tarde, corro y casi siempre tengo que dejar los platos sucios en el fregadero, me baño y me visto apurada. Mientras hago esto, siempre trato de recordar que no se me quede nada. Hacerme el primer peinado que me salga, agarrar mis cosas e irme, pues para la escuela donde trabajo, solo pasa un autobús a las seis y media de la mañana y el viaje tarda una hora. Si no me apresuro... bueno... eso es otra historia. Tendría que montarme en cualquier medio de transporte que pase por ahí. Incluso puede ser en una carreta, lo cual es desesperante y me provoca náuseas por los movimientos del caballo.
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Y eso es solo el principio de mi cotidianidad. Hay que ver cuando tengo que ir de compras, ¡es horrible! El mercado, gracias a Dios, no es tan lejos, queda a unos dos quilómetros de mi casa y puedo ir pie. El viaje de ida es fácil, pero volver llena de bolsas pesadas, bajo el sol, toda sudada, es algo espantoso. Percibo un gran alivio cuando llego a casa y coloco todo encima de la mesa.
Los cumpleaños sí se sienten bastante aburridos, pero trato de divertirme viendo televisión o dibujando algo. ¡Me encanta dibujar! Las navidades las paso tranquila en casa y, como de costumbre, siempre recibo una llamada de mis padres, quienes dicen que me extrañan y me cuentan las historias de New York. Nada nuevo. En resumen, soy una chica que día a día lucha por subsistir en medio de su vida solitaria. Y, aunque a veces extraño a mis papás, no estoy triste. Al contrario, sé que voy madurando poco a poco y eso es bueno.